Con palabras
intentaré tangibilizar sentires, límites inconexos donde nunca la mismísima
conciencia ha llegado… Espacios no conocidos, ni siquiera, por nosotros mismos…
O tal vez sí, en algunos actos fallidos.
Busco suspirar
haciendo más ameno, el pensar en esa etiqueta adecuada y dulce, que suene bonita…
que dibuje en el aire, lo que los burdos e ingratos sentimientos producen al
ser humano.
“Hemos
perdido el código” he oído, y no es tal cosa… más aún, es la falta de ese
sentido empático, esa puesta de la mirada en perspectiva de distancia…
Sería
indiscreto negar, que la tolerancia se ha esfumado justo antes
–creo- de la caída del muro de Berlín… Lo que analizo abiertamente, es el arte cuasi-mágico
de evitar la veracidad suprema, la no-ética indivisible en el actuar cotidiano…
Algo, pareciera, bastante normalizado hoy.
Porque el
límite entre una bocarada de alagos hipócritas y un golpe de conciencia sucia
por no apelar a lo justo, nos convierte indefectiblemente en animales de hecho…
Sin relación ni sinapsis alguna entre nuestro gurú superyoico y ese ello tan
individual como generalizado…
Trato de ser
coherente, de seguir una línea para no caer en una maroma de palabras que nada
más lejos de aclarar… confunden!
Me encuentro
a diario acudiendo al Ser Supremo, para vislumbrar claridad, apelando a un
raciocinio consecuente con mis objetivos innatos…
Nuestro
entendimiento, está claro, se ha vuelto obsoleto… Pero no en su código, sino en
sus reglas… Deberíamos pues, previo a interrelacionarnos, negociar glosarios
que nos dicten cada día la hoja de ruta… Incorporar GPSs mentales que
determinen, que anticipen, que asimilen y se actualicen automáticamente. Y
que sólo eviten recalcular en esa parte del camino donde la frustración, la
desconfianza, la incredulidad y la intolerancia conforman la línea de fuego!
Así nuestro mundo, ese que moldeamos a nuestra imagen, se volvería un constructo hecho de a pares y los rencores y las rabias quedarían sometidos- sólo - a recuerdos de una memoria volátil de antaño...